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Actualizado: 16 febrero, 2023

Como se manifiesta al estudiar la vivienda y los ritos funerarios, no hay razón para generalizar hasta Galicia, Asturias y León los datos que son válidos en la Celtiberia o el área ibérica. Sin embargo, en el caso de la cultura guerrera es muy probable que no existan diferencias entre unos y otros. Es más, parece que los norteños eran los peores:

Se han observado y anotado muchas peculiaridades como éstas en todas las naciones de Iberia, pero sobre todo en las del norte, no sólo en lo referente a su valor, sino también su crueldad y brutal locura pues en la guerra contra los cántabros, las madres preferían matar a sus hijos antes que soportar que fuesen capturados […] un hombre que había sido invitado por unos soldados borrachos a unirse a su fiesta, se arrojó al fuego. Estos sentimientos son comunes a las naciones celtas, tracias y escitas, así como el valor no sólo de sus hombres, sino también de sus mujeres
(Estrabón, 3, 4, 17)

… Los vettones [pueblo del centro peninsular], que fueron los primeros que compartieron con los romanos la vida de campamento, viendo una vez a ciertos centuriones ir y venir en la guardia, paseándose, creyeron que se habían vuelto locos y quisieron llevárselos a sus tiendas, pues no concebían otra actitud que la de estar tranquilamente sentados o combatir.
(Estrabón, 3, 4, 16)

Estrabón se recrea en las anécdotas más exóticas y en las más truculentas, pero es innegable que los “bárbaros” de occidente tenían una clase guerrera numerosa y que los conflictos eran frecuentes. La mejor prueba es que desde antiguo, las potencias mediterráneas aprovecharon esta obsesión por la guerra y contrataron numerosos mercenarios de la Galia y de Iberia:

Envió desde Sicilia por mar a Corinto galos e íberos para auxiliar a los espartanos, que los alistaron pagándoles como anticipo cinco meses de sueldo. Los griegos, queriendo probar su bravura, los emplearon en diversas batallas, en las que estos extranjeros se portaron valerosamente y mataron a un gran número de beocios y aliados. Después de reconocer que merecían ser distinguidos por su valor y docilidad y de haber utilizado sus servicios en muchas ocasiones, los espartanos los licenciaron con grandes muestras de honor. Al final del verano los galos e íberos se reembarcaron para volver a Sicilia.
(Diodoro Sículo, 15, 70)

[…] los celtíberos suministraban para la lucha no sólo excelentes jinetes, sino también infantes que destacaban por su valor y capacidad de sufrimiento.
(Diodoro Sículo, 5, 33 – 35)

Las guerras de griegos, cartagineses y romanos proporcionaron durante siglos una salida para todos estos guerreros sedientos de prestigio y botín, pero cuando no podían alquilarse como mercenarios, estos hombres volvían a un estado de guerra endémico entre las tribus de su propio país. Los romanos lo constataron una y otra vez, en distintas áreas de la Península, a medida que la conquista avanzaba hacia el norte y el poniente:

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En la región entre el Tajo y el país de los Artabros [Finisterre] habitan unas treinta tribus (…) la mayor parte de estas tribus ha renunciado a vivir de la tierra y se dedican al pillaje, luchando constantemente entre sí y cruzando el Tajo para atacar a los pueblos vecinos.
Estrabón, Geografia, III.3.5

Cuando [los jóvenes lusitanos] llegan a la culminación de su fortaleza física, aquellos de entre ellos que tienen menos recursos, pero que exceden en vigor corporal y audacia, se equipan con nada más que su valor y sus armas y se reúnen en las montañas, donde forman bandas de tamaño considerable que recorren Iberia, acumulando riquezas con el robo […]
Diodoro Sículo, Bibliotheca Historica, V.34.6-7

[Las] menciones tangenciales de autores como Floro (I.33.15), Apiano (Iberia, 56-57, 67-70) o, más tardíamente, Orosio (V.5.12), sobre razias en Lusitania, Beturia, Vettonia y Gallaecia, que cada vez tendieron más a atacar zonas más ricas, llevan a pensar que el fenómeno de los ataques de saqueo tenían cierta entidad en el mundo hispano septentrional, más allá de casos localizados
(Serrano Lozano 2011: 69)

Así es: cuando llega al confín de la península, a finales del siglo I A.C, Augusto recurrirá al “bandidaje” de astures y, sobre todo, cántabros, contra sus vecinos vacceos y turmogos para justificar la conquista de los últimos territorios no sometidos. Esta forma de guerra, totalmente indigna según la mentalidad romana, estaba muy posiblemente aceptada y regulada en la cultura local. David Serrano Lozano presenta dos fragmentos muy interesantes a este respecto. El primero es de Dion Casio, LI.20

[…] disturbios frecuentes estallaban sucesivamente entre cada uno de estos pueblos [cántabros y vacceos]. Pero como no tuvieron ninguna consecuencia grave, no se consideró entonces estar en guerra.

El segundo fragmento es de Apiano, “Sobre Iberia”, 56:

[…] los llamados Lusitanos, con Púnico como caudillo, devastaban las partes sometidas a los romanos [presumiblemente territorio vettón]… Púnico (…) llevó a cabo acciones hasta el océano, y tras añadir a los vettones a su ejército asediaba a los pueblos sometidos a los romanos.

Tal y como señala Serrano Lozano, Dion Casio está sugiriendo que los saqueos mutuos eran la situación normal entre los cántabros y sus vecinos, mientras que Apiano nos cuenta cómo los vettones, a pesar de ser las supuestas víctimas de los supuestos bandidos lusitanos, se unen a ellos. Las expediciones de saqueo, los robos de ganado y de joyas debían de ser una forma aceptable de ganar prestigio y riquezas para los jóvenes y lo más probable es que estos supuestos “bandidos” siguiesen formando parte de su tribu, sin convertirse en proscritos. El mejor ejemplo de esto es Viriato, al que los romanos veían como un “bandido” pero al que los lusitanos consideraban el defensor de su pueblo y que llegó a ser poco menos que rey:

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Viriato, el jefe de ladrones lusitano, era justo en el reparto del botín, y a los que se habían comportado con valor en la batalla los recompensaba con generosidad según sus diversos méritos; y jamás se apropiaba de los bienes comunes para su uso particular. Así, los lusitanos nunca se acobardaron ni retrocedieron ante ninguna arriesgada empresa cuando él estaba al mando y era su jefe, honrándole como al benefactor común y salvador de su país.
(Diodoro Sículo, Bibliotheca Historica, XXXIII,11)(20)

Las bandas guerreras como la de Viriato parten de un acuerdo sencillo: sus seguidores le dan fuerza militar y el jefe reparte entre ellos la riqueza obtenida con esa fuerza. El siguiente fragmento trata de los galos del valle del Po en el siglo II a.C y lo ilustra muy bien:

Viven en aldeas sin amurallar, sin ninguna clase de bienes superfluos; pues como duermen en lechos de hojas, se alimentan con carne y se ocupaban exclusivamente de la guerra y la agricultura, sus vidas eran muy sencillas y no conocían ninguna clase de arte o ciencia. Sus posesiones consistían en ganado y oro, pues estas eran las únicas cosas que podían llevar consigo a cualquier parte de acuerdo con las circunstancias y partir adonde quisieran. Concedían la mayor importancia al compañerismo, de entre ellos eran los más temidos y poderosos aquéllos a quienes se consideraba con un mayor número de seguidores y subordinados.
Polibio (II, 17,9-12), citado en García Quintela 2007: 333 (Biblio)

Estos celtas italianos de Polibio son clavados a los cántabros que nos pintaba Estrabón, unos salvajes incapaces de nada que no sea matarse entre ellos, pero por una vez dejaremos pasar el racismo grecorromano.

Hay aquí dos cosas sospechosas: una, la afición de estos galos por la riqueza mueble, fácil de transportar; otra, que se pasaban el tiempo haciendo la guerra. Si unimos las dos, resulta que el texto nos está describiendo una situación idéntica a la de Iberia, donde las tribus rivalizaban entre sí para robarse mutuamente ganado y oro. Esos hombres “temidos y poderosos” con tantos seguidores, que aparecen al final, sin duda eran “bandidos” muy semejantes a Viriato, que mantenían su séquito a base de repartir el botín de cada saqueo. En realidad, estas bandas eran muy semejantes en toda Europa, y tenían incluso una sanción religiosa.

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Las mannerbünde, o “cofradías de guerreros”, eran una institución típica de los primitivos indoeuropeos, por la cual se creaba una especie de “familia” artificial, en la que el jefe se convertía en “padre” y sus guerreros en “hijos” unidos a él mediante juramento. Era un arreglo bastante inestable que dependía de la lealtad y la buena fe de ambas partes, en la que unos ofrecían su ayuda en la lucha y otro se comprometía a repartir el botín así conseguido y a recompensar, a su tiempo, con tierras a los mejores guerreros. En la Península Ibérica existía una institución de este estilo: se trata de la devotio, es decir, el juramento de defender hasta la muerte al jefe y de no sobrevivirlo. Si el paraíso de los guerreros ayudaba a los jóvenes a enfrentar la presión psicológica de la batalla, el tabú religioso de la devotio proporcionaba cierta estabilidad a la banda guerrera, que de otra forma se disolvería a la primera dificultad. Este vínculo era ajeno a la familia: por ejemplo el rebelde romano Quinto Sertorio tuvo un numeroso séquito de hispanos consagrados por la devotio. Julio César describe algo parecido entre los galos:

[unos] seguidores devotos, a los que llaman soldurii, las condiciones de cuya asociación son las siguientes, que disfrutan todas las ventajas de la vida de aquéllos a cuya amistad se han consagrado. Si cualquier desgracia les aconteciese, o bien correrían juntos igual destino, o se suicidarían: y nunca, en la memoria de los hombres, se ha hallado ninguno que, al morir aquéllos a cuya amistad se había consagrado, rechazase la muerte.
(César, “Comentarios a la Guerra de las Galias”, III: 22)

Tácito nos ha transmitido la versión germana de lo mismo, el comitatus, para el cual “sobrevivir al jefe y retirarse del campo de batalla es una vergüenza de por vida, para él y para su familia”. Los comitatus o druht (*druhtiz), como les llamaban los propios germanos, perduraron al menos hasta la antigüedad tardía, y de ellos surgieron las monarquías de sajones, francos y longobardos 21.

Cristobo de Milio Carrín, miembro de Fundación Belenos

Notas al pie

(20) Traducido del inglés, en la página web Attalus.org: http://attalus.org/translate/diodorus33.html
(21) Véase Enright 1996 (Biblio)

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